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Compro, luego existo de Guadalupe Loaeza.

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¿Ké onda mi raza de bronce adorada?, ¿kómo andan? Yo de maravilla komo siempre, konociendo gente nueva y ajá.

Bueno, es ora de otra rekomendación literaria bastante chida, de esas ke hay ke leer para askIarse de la sociedad en la ke vivimos y tratar de kambiar (aunke sea en nosotros) algunos de los hábitos ke se nos muestran en las lecturas.

Compro, luego existo es un libro escrito allá por el lejano 1992 en el ke su autora, la escritora Guadalupe Loaeza, nos informa sobre kómo son las sociedad hiperconsumistas. Sí, esas ke tienen todo el dinero del mundo y no saben otra kosa mas ke gastar gastar y gastar no importando en ké y mucho menos si será útil la kompra.

Nos habla de los rikos y de los nuevos rikos y su visión (o ideología capitalista) en toda su máxima expresión. Ideología ke komo diría Lipovetsky, sólo hace al ser humano mas narcisista de lo ke ya lo es.

Veamos lo ke dice una página kon un resumen muy kompleto y direkto del libro:

Vinculada a la economía de mercado e inspirada “en los felices años veinte”, la sociedad de consumo se corresponde con una fase avanzada del capitalismo industrial que sitúa en la segunda revolución industrial y en la Comuna de París de finales del siglo XIX sus antecedentes más remotos afianzándose, en las primeras décadas del XX, con la expansión del taylorismo, el fordismo y las políticas keynesianas cuyo uso, liderado por Estados Unidos, se generalizó en el mundo capitalista de los años 50 y 60 dando lugar a la producción en masa y a un nuevo estilo de vida conocido como el modo de vida americano (Lipovetsky, 2002: 10) que pronto se difunde al resto del mundo y alcanza, concretamente en México, una notable dimensión, como refleja Guadalupe Loaeza en Compro, luego existo.

Este aumento masivo de la producción, que revela que es más fácil fabricar que vender, supone el paso de un primitivo capitalismo industrial (basado en la producción) al “neocapitalismo de consumo” (Carrasco, 2007: 3) que vincula la riqueza económica a la actividad comercial, con la consiguiente importancia que la publicidad adquiere en la conquista mercantil. El papel de la información y el consecuente efecto consumista que provoca se hacen presentes, en Compro, luego existo, a través de la cita literal de los anuncios publicitarios trascrita al lado de la mayor parte de los artículos mencionados en la obra, como refleja la escena de “Miami” donde Sofía sucumbe a la seducción de un slogan publicitario y opta por un rimel concreto, aunque éste no sea de su marca favorita, lo cual pone de manifiesto la magia de la publicidad y su relevancia en la sociedad de consumo:

Aunque no les tenía mucha confianza a los maquillajes norteamericanos más bien cheap, como ella pensaba que era Max Factor, había algo en su publicidad que la había conquistado: “¡Lo único que engordará son tus pestañas! Es hipoalergénico y está oftalmológicamente probado” (Loaeza, 1992: 43).

La crisis de los setenta y el fenómeno social de la moda precipitan la caída del fordismo. Ello, unido al deseo natural en el hombre de distinguirse de sus semejantes, lo cual es factible gracias a los avances de la tecnología y al creciente auge de las corrientes posmodernas, conduce al modelo de producción japonés del toyotismo que, definido, entre otros aspectos, por la fabricación de series limitadas, está más en consonancia con la demanda del mercado de la sociedad postindustrial de talante fragmentado y “prosumerista” (Carrasco, 2007: 2), fruto de la profusión de marcas de productos y variedades en constante renovación y de cuya elección únicamente el individuo es responsable:

Ante la plétora de modelos, el individuo se ve obligado a escoger permanentemente, a tomar iniciativas, a informarse, a criticar la calidad de los productos, a auscultarse y a ponerse a prueba, a mantenerse joven, a deliberar sobre los actos más simples: ¿qué coche comprar, qué película ver, dónde ir de vacaciones, qué libro leer, qué régimen, qué terapia seguir? (Lipovetsky, 2002: 109).

Frente al consumidor de masa pasivo, el prosumidor se presenta asociado a la acción, la creatividad, la responsabilidad y la independencia (Lipovetsky, 2002: 110).

A dicha diversificación del consumo se debe el hecho de que, en el departamento de zapatos del mall de “Miami”, Sofía, que ha fijado su atención en “unas sandalias italianas de tono cobrizo marca Ferragamo, unos zapatos de noche de Karl Lagerfeld, unos para caminar de Calvin Klein y unos mocasines, [opte finalmente por llevarse] el modelo de tenis Ralph Laurent color de rosa que le gustó” (Loaeza, 1992: 27). Tal diversidad permite también a Sofía pedirle a la vendedora del mostrador de Christian Dior que le muestre “los últimos colores de lipsticks, tanto nacarados como mate […], aunque se acababa de comprar toda la línea de belleza de La Prairie y parte de la de Chanel” (Loaeza, 1992: 27). Condicionado únicamente por la mediatización publicitaria, la tesitura a la que se enfrenta el consumidor a la hora de tener que elegir entre un número incontable de artículos constituye una manifestación del individualismo que caracteriza a la sociedad posmoderna que exacerba el consumismo:

Qué error haber pregonado precipitadamente el fin de la sociedad de consumo, cuando está claro que el proceso de personalización no cesa de ensanchar sus fronteras […]. Estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e informaciones, deportes y viajes, formación, relaciones, música, cuidados médicos. Eso es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo sino su apoteosis, su extensión hasta la esfera privada (Lipovetsky, 2002: 10).

De este modo, mientras que en el período de formación de la sociedad de consumo imperaba una visión despersonalizada del sujeto concebido como masa, en esta segunda etapa asistimos a un proceso de personalización a partir de la cual el consumista pasa a ser hiperconsumista (Lipovetsky, 2006: 2).1

Los objetos dejan de tener un valor funcional y será la pérdida de su (valor) atractivo lo que los convierta en obsoletos, siendo el fenómeno social de la moda lo que determine su obsolescencia (Sapir, 1937: 140). Este cambio de valores, característico del capitalismo, conduce a una visión saussureana de los objetos en virtud de la cual el consumo no descansa en la utilidad de los productos sino en lo que éstos representan (Featherstone, 1982: 57).2 Por eso, en el capítulo titulado “Miami”, “cada vez que Sofía [extiende] su Gold Card American Express […] constata que [es] rica pues en esta tarjeta radica precisamente la diferencia entre querer y poder” (Loaeza, 1992: 21).

La saturación de imágenes en la sociedad de consumo que asocia los bienes con lo exótico y lo bello, lo cual es, como apunta Baudrillard, sinónimo de vivir en una alucinación estética de la realidad (Baudrillard, 1975: 148), borra las fronteras entre lo imaginario y lo real al hacer que el valor utilitario de los objetos resulte imperceptible. Esto conduce, en opinión de Kroker, a una nostalgia de lo real: a una fascinación y búsqueda desesperada de la gente, los valores y el sexo verdaderos (Featherstone, 1987: 68) derivada de la pérdida de lo real y lo social que hace que, a pesar de que para Sofía “la frase ‘May I help you’ [en boca de un dependiente sea], en ‘Miami’, como un verdadero canto de sirena” (Loaeza, 1992: 19), y que, en el interior de un almacén, ésta pierd[a] la noción del tiempo, que deja de transcurri[r, y] se olvid[e] por completo de la realidad sintiendo más la necesidad de dejarse llevar por sus fantasías [a medida que lo] recorre” (Loaeza, 1992: 26), Sofía piense que, pese a las carencias del mercado mexicano, en México está lo que la llena y necesita para vivir:

Por más shock cultural que Sofía acostumbraba tener al regreso de sus viajes, siempre terminaba por decirse: “Ay, no, la verdad es que como Mexiquito no hay dos. Entre más viajo, más aprecio mi casita en Las Lomas, a mis maids, y la calidez del pueblo mexicano. Yo jamás podría vivir ni en París ni en Nueva York. Allí hay que ir a pasearse y a hacer el shopping, pero nada más” (Loaeza, 1992: 62).

Si kieren leer mas sobre esto, métanse akí para chekar todo el atrktulo kompleto ñ_ñ.

Guadalupe Loaeza

Sale pues raza, nos vemos y espero les guste este libro. Yo lo disfruté bastante, sólo kon el simple título ya me dice praktikamente todo y pues bueno. Una última kosa ke kisiera komentar sobre este libro es ke, si bien es cierto ke la eskritora kritika esto del consumismo, se me hace kurioso ke los kritike desde dentro de su sisstema…y ke los rikos (ke supongo eran sus amigos) no se inmutaran para nada…al fin rikos pues XD. Muy buena acción de parte de la escritora, es algo ke me hace admirarla aun más, meterse al sistema y kritikarlo desde dentro 😉

Ora si, nos vemos luego.

Ateo!

Vinculada a la economía de mercado e inspirada “en los felices años veinte”, la sociedad de consumo se corresponde con una fase avanzada del capitalismo industrial que sitúa en la segunda revolución industrial y en la Comuna de París de finales del siglo XIX sus antecedentes más remotos afianzándose, en las primeras décadas del XX, con la expansión del taylorismo, el fordismo y las políticas keynesianas cuyo uso, liderado por Estados Unidos, se generalizó en el mundo capitalista de los años 50 y 60 dando lugar a la producción en masa y a un nuevo estilo de vida conocido como el modo de vida americano (Lipovetsky, 2002: 10) que pronto se difunde al resto del mundo y alcanza, concretamente en México, una notable dimensión, como refleja Guadalupe Loaeza en Compro, luego existo.

Este aumento masivo de la producción, que revela que es más fácil fabricar que vender, supone el paso de un primitivo capitalismo industrial (basado en la producción) al “neocapitalismo de consumo” (Carrasco, 2007: 3) que vincula la riqueza económica a la actividad comercial, con la consiguiente importancia que la publicidad adquiere en la conquista mercantil. El papel de la información y el consecuente efecto consumista que provoca se hacen presentes, en Compro, luego existo, a través de la cita literal de los anuncios publicitarios trascrita al lado de la mayor parte de los artículos mencionados en la obra, como refleja la escena de “Miami” donde Sofía sucumbe a la seducción de un slogan publicitario y opta por un rimel concreto, aunque éste no sea de su marca favorita, lo cual pone de manifiesto la magia de la publicidad y su relevancia en la sociedad de consumo:

Aunque no les tenía mucha confianza a los maquillajes norteamericanos más bien cheap, como ella pensaba que era Max Factor, había algo en su publicidad que la había conquistado: “¡Lo único que engordará son tus pestañas! Es hipoalergénico y está oftalmológicamente probado” (Loaeza, 1992: 43).

La crisis de los setenta y el fenómeno social de la moda precipitan la caída del fordismo. Ello, unido al deseo natural en el hombre de distinguirse de sus semejantes, lo cual es factible gracias a los avances de la tecnología y al creciente auge de las corrientes posmodernas, conduce al modelo de producción japonés del toyotismo que, definido, entre otros aspectos, por la fabricación de series limitadas, está más en consonancia con la demanda del mercado de la sociedad postindustrial de talante fragmentado y “prosumerista” (Carrasco, 2007: 2), fruto de la profusión de marcas de productos y variedades en constante renovación y de cuya elección únicamente el individuo es responsable:

Ante la plétora de modelos, el individuo se ve obligado a escoger permanentemente, a tomar iniciativas, a informarse, a criticar la calidad de los productos, a auscultarse y a ponerse a prueba, a mantenerse joven, a deliberar sobre los actos más simples: ¿qué coche comprar, qué película ver, dónde ir de vacaciones, qué libro leer, qué régimen, qué terapia seguir? (Lipovetsky, 2002: 109).

Frente al consumidor de masa pasivo, el prosumidor se presenta asociado a la acción, la creatividad, la responsabilidad y la independencia (Lipovetsky, 2002: 110).

A dicha diversificación del consumo se debe el hecho de que, en el departamento de zapatos del mall de “Miami”, Sofía, que ha fijado su atención en “unas sandalias italianas de tono cobrizo marca Ferragamo, unos zapatos de noche de Karl Lagerfeld, unos para caminar de Calvin Klein y unos mocasines, [opte finalmente por llevarse] el modelo de tenis Ralph Laurent color de rosa que le gustó” (Loaeza, 1992: 27). Tal diversidad permite también a Sofía pedirle a la vendedora del mostrador de Christian Dior que le muestre “los últimos colores de lipsticks, tanto nacarados como mate […], aunque se acababa de comprar toda la línea de belleza de La Prairie y parte de la de Chanel” (Loaeza, 1992: 27). Condicionado únicamente por la mediatización publicitaria, la tesitura a la que se enfrenta el consumidor a la hora de tener que elegir entre un número incontable de artículos constituye una manifestación del individualismo que caracteriza a la sociedad posmoderna que exacerba el consumismo:

Qué error haber pregonado precipitadamente el fin de la sociedad de consumo, cuando está claro que el proceso de personalización no cesa de ensanchar sus fronteras […]. Estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e informaciones, deportes y viajes, formación, relaciones, música, cuidados médicos. Eso es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo sino su apoteosis, su extensión hasta la esfera privada (Lipovetsky, 2002: 10).